Algunas de las múltiples versiones de este texto.
Un espacio para la búsqueda de la sabiduría perenne; un lugar de reflexión para mí y todos quienes lleguen aquí como una posta en su camino personal.


Preguntó el príncipe: ¿Habrá en el futuro, quien pueda aprender y seguir los preceptos del Tao de vida que usted ha escrito en estos pergaminos de bambú?
Contestó el maestro: Por favor, amable príncipe, no te preocupes por eso.
Muchas, muchísimas generaciones después, si aún existen buscadores del Tao, hallarán estas enseñanzas.
Hua Hu Ching

La sabiduría de los místicos taoístas

lunes, 9 de noviembre de 2009

Los grandes místicos taoístas florecieron en China durante los siglos IV y III a. C., en el período conocido como de los Reinos Combatientes (403-221 a.C.). Fueron tiempos de inquietud política y social y de gran fermento intelectual. China estaba dividida en varios principados independientes cuyos gobernantes buscaban una filosofía política que asegurara la paz y la prosperidad para su pueblo, mayor poder para ellos y la hegemonía sobre todo el país.
Estos gobernantes, con muy poco conocimiento de las artes de gobierno, buscaban el consejo de hombres doctos de diferentes escuelas de pensamiento: confucianos, moístas, legistas, sofistas, lógicos… A cambio, les ofrecían puestos de prestigio y dignidad y colmaban de riquezas y honores a todos aquéllos en los que confiaban. Los místicos taoístas hicieron oídos sordos a estas lisonjas de los gobernantes.
Al igual que otros eruditos, los taoístas heredaron una sabiduría tradicional transmitida desde tiempos inmemoriales, pero mientras que los confucianos y otras escuelas se interesaban básicamente por establecer un sistema político y social aceptable, los taoístas buscaban la perfección individual, una comprensión más profunda de los misterios de la naturaleza y la unión con un principio cósmico que consideraban subyacente a todo lo que existe.
Desilusionados por las intrigas y la adulación de las cortes feudales y muy críticos con los convencionalismos sociales, el complicado ceremonial, los preceptos morales y las pormenorizadas reglas de conducta que constituían un barniz superficial que escondía hipocresía y egoismo, los primeros taoístas comparaban los artificios de las instituciones humanas con las ordenadas secuencias de los procesos naturales. Estaban horrorizados por la esclavitud de los campesinos, las guerras dilapidadoras y destructivas y las interminables artimañas para conseguir posición social y poder. Creían que el hombre, como todas las demás criaturas, debe aprender a ajustarse a los procesos espontáneos y naturales del nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte, y a estar en armonía con el ritmo cósmico. La libertad, la paz y felicidad de toda la humanidad únicamente podían obtenerse mediante la adaptación a las leyes naturales y no a las leyes humanas.
Aquéllos taoístas aceptaban las enseñanzas de Yang Zhu (siglo IV a.C.), uno de los primeros maestros, según las cuales la posesión más preciada del hombre es la vida misma. Su intención era que los dejaran en paz para disfrutarla en libertad, preservando su propia integridad interior. La fama, la gloria, las riquezas, los honores, incluso conquistar el mundo entero, no eran nada comparados con la propia vida. Retirados en el campo, viviendo frugalmente con pocos deseos, pasaban sus días en la contemplación de las maravillas de la naturaleza en sus múltiples formas. Pretendían penetrar en lo más hondo de este proceso siempre cambiante y en plena evolución que veían en todas partes a su alrededor, preservar la vida, su posesión más valiosa, tanto tiempo como fuera posible, e incluso conseguir cierta forma de inmortalidad.
De los ermitaños y los solitarios de la antigüedad aprendieron el valor de la meditación en silencio, el ayuno y la práctica del yoga, mediante los cuales purificaban la mente y el cuerpo.
Los taoístas creían que todo el cosmos es un tenso espíritu y que el hombre mismo posee una dimensión espiritual. Y sin embargo, pocos vieron motivos para creer en un dios original e intencionado. Todo el universo: dioses, espíritus, hombres, criaturas vivientes, incluso los campos, rocas, colinas y cursos de agua inanimados, era considerado como parte de un proceso siempre cambiante en el corazón del cual reside cierto principio de unidad, tan oculto y misterioso que sus secretos no pueden ser penetrados por el raciocinio ni el intelecto humanos. Buscar y hallar este principio, descubrirlo en nuestro propio ser más íntimo, observar sus obras en el vasto universo exterior y sumergirnos completamente en su serenidad y quietud se convirtió en su objetivo supremo. A pesar de que estaban seguros de que era inefable, impalpable e innombrable, le dieron el nombre de Tao.

Las enseñanzas de estos místicos se integraron en gran parte de la literatura producida en su propio tiempo; asimismo, la literatura taoísta se convirtió en fuente de inspiración para las generaciones futuras, dando paso a una filosofía de la vida que actuaba como contrapeso frente al énfasis prosaico y práctico del confucionismo ortodoxo. El taoísmo resultó ser una perpetua fuente de inspiración para la vida cultural y religiosa de los chinos.

Si bien los nombres de varios de estos místicos han llegado hasta nuestros días, no se conoce prácticamente nada de su historia personal. En numerosas obras de esta época se recogen leyendas e historias sobre ellos: Kuan Tse, Huai Nan Tse, Lu-shih Ch’un Ch’iu y otros. Pero las principales obras de las que dependemos para comprender sus enseñanzas son el Chuang Tzu y el merecidamente famoso Tao Te Ching atribuido a Lao Tse.
Estos primitivos místicos taoístas difieren mucho de los místicos cristianos, judíos y musulmanes de la tradición occidental, herederos de la creencia bíblica en un supremo dios creador, concebido como un espíritu personal, sagrado, sabio, todopoderoso y bueno. Su meta era alcanzar una visión beatífica y la completa unión del alma con el hacedor. La sabiduría de los taoístas está relacionada con la que encontramos en los Upanishad de la antigua India, que enseñaban que únicamente Brahma es real, el origen y la energía sustentadora de todo lo que existe. En una quietud en la que se acalla la actividad mental, los rishi (sabios) indios entraban en un trance extático en el que se desvanecían todas las diferencias y se alcanzaba la unión con Brahma. Hay indicios de que los moradores de los bosques y los ascetas errantes de la India no eran del todo desconocidos para los chinos del siglo III a.C. Eran tiempos en que los chinos, debido a su expansión hacia el sur, estaban siendo influenciados por las creencias e ideas de los pueblos subyugados.
Volviendo a las dos fuentes principales para nuestra comprensión del misticismo taoísta, el Chuang Tzu y el Tao Te Ching, en ambos casos se trata de antologías de dichos, relatos y anécdotas que, en su forma actual, no pueden ser atribuídos a los hombres que según la tradición china se supone que los escribieron. Su autoría es desconocida. Comparados con sus enseñanzas, el nombre o la fama de sus presuntos autores importa poco. El término taoísmo fue utilizado por primera vez por los sabios de la dinastía Han para dar nombre a un cuerpo de enseñanzas opuesto al pensamiento y las instituciones de aquéllos tiempos, cuyas enseñanzas se basaban en dos conceptos fundamentales: el Camino (Tao) y su eficacia (Te).
Teo Gómez (resumen)

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